Queridos hermanos y hermanas en Cristo: un abrazo en red.
¿Quién nos iba a decir, hace un par de años o tres, que estaríamos así en estos momentos? El mundo ha cambiado como no podíamos siquiera sospechar.
Aunque en realidad lleva mucho tiempo cambiando de un modo tan acelerado que hace muy difícil asumirlo o adaptarse. Quizás lo que nos está pasando con y por la pandemia pueda resumirse con estas palabras de la banda de rock 091, en su canción Al final: «Despertar y comprobar que el mundo no es igual: nada queda del que antes conocimos».
Sin embargo, toda crisis es un tiempo de criba, es decir, de darse cuenta de lo que es esencial y lo que no. Y no estoy diciendo que sea esto lo que ha pasado en nuestra sociedad como consecuencia del coronavirus, porque, por desgracia, parece que no ha servido para ello; me refiero a que podemos acoger esta criba en nuestras vidas. Una de las cosas que se nos puede presentar como oportunidad en este tiempo distinto en el que ya estamos es la vida y el trabajo en red. Porque la comunión, que es un regalo del Señor y también tarea de cada uno de nosotros, tiene esta dimensión clara: abrir nuestros horizontes, acoger a todos, abrir puentes de diálogo y colaboración para poder caminar con más fuerza y esperanza…
Claro está: no cualquier razón da sentido a este «vivir y trabajar en red». Porque al final podemos caer en la tentación de siempre: echar redes para captar a más gente y que se hagan ‘de los nuestros’. Y eso sería el peor error que podríamos cometer, como nos dice el Evangelio: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís, lo hacéis digno de la gehenna el doble que vosotros!» (Mt 23, 15). Es justo en el camino contrario donde se encuentra la gran paradoja de nuestro ser cristianos: cuanto más nos olvidamos de nosotros mismos, más crece el Reino de Dios a nuestro alrededor. Cuanto más nos dedicamos a servir a todos, más alegría y esperanza provoca nuestra acción. Cuanto más abrazamos la cruz, más vida y resurrección va surgiendo al paso de nuestro caminar. ¿Y eso, por qué? Porque nosotros no estamos en una cofradía por cualquier causa, sino por Jesucristo, y así es Él; y por María, que también.
Para nosotros, vivir y trabajar en red debe significar abrir nuestros horizontes para encontrarnos con más gente que quiera entregar la vida, para que el «todos juntos» sea cada vez más amplio, para que podamos ser mejores testigos de la presencia de Jesucristo, cuya imagen portamos y veneramos, en cada uno de los ambientes donde nos movemos los que queremos «arrimar el hombro» donde más falta haga.
¿Y qué pasa con todo lo demás que nos mantiene preocupados: el culto externo, la salida procesional…? Todas esas cosas están cambiando mucho, y no sabemos todavía lo que ha significado la pandemia en concreto para la organización y el desarrollo de esos días centrales. Pero la vida de una cofradía crece o se hace minúscula durante todo el año, y especialmente en su fraternidad, como indica nuestro propio nombre.
Por tanto, zambullámonos a fondo en este «ser red» de fe, de fraternidad, de comunión, de esperanza, de entrega y de caridad allá donde más falta hagamos. Lo demás, como dice el Señor, se nos dará por añadidura, pero solo si nosotros ponemos en el centro de todo a Aquel que es el Centro de todo.
Un abrazo enredado de vuestro hermano en la fe y director espiritual:
Llamas, J.M.